Lucio Fontana |
miércoles, 19 de abril de 2017
Apuntes para una (anti)poética
Escribía
mejor desde que renunció a la idea del poema perfecto.
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El estilo como cárcel. La voz propia (si
es que algo así existe) es siempre la conquista de una cierta impersonalidad. Nunca como meta, sino acaso como precario
punto de partida.
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La
palabra justa: la palabra injusta. Injusta con la multiplicidad de lo real. Con
su sed de metamorfosis.
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Del Simbolismo heredamos un empeño tan
fecundo como imposible: una matemática de lo difuso, una suerte de precisa
imprecisión.
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Tan
poca distancia entre ser y estar. De ahí el vértigo.
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Escucha, humildad, silencio. Solo eso
pide la obra de arte. Tan poco y, sin embargo, qué difícil resulta hoy
encontrar estos tres dones juntos. Tal vez por ello son cada día más los que
afirman que no entienden la poesía. En realidad, no escuchan.
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