viernes, 29 de mayo de 2009

Gracias, Max Brod

El 20 de octubre de 1913 Kafka anota en su diario la siguiente observación: "[...] en casa, me puse a leer La metamorfosis; me parece mala". Resulta ciertamente inquietante esta ceguera del artista ante su obra, la incapacidad para convertirse en lector o en espectador de sí mismo. Por supuesto, esa ceguera no es sólo la del artista sublime que pide a su amigo que queme su obra, sino también la de quien, como el pintor de La obra maestra desconocida de Balzac, cree haber transmutado el barro en oro y no tiene sino polvo entre las manos.
Leo al respecto en la poética de Jordi Doce editada recientemente por la fundación Juan March (cuya lectura aprovecho para recomendar vivamente) una reflexión sumamente interesante:
"De la obra de otro, por muy amplia y compleja que sea, por mucho que la estudiemos, tenemos una idea superficial: quiero decir, sólo conocemos el resultado último, lo que su autor nos ha querido mostrar, el texto definitivo [...]
En el caso de la obra propia, por el contrario, conocemos la tramoya, sabemos perfectamente qué hay detrás del poema publicado, qué ha quedado fuera, cuáles eran nuestras intenciones al escribirlo... y también hasta qué punto el resultado está lejos de ellas; lejos - me apresuro a aclarar-, no sólo en un sentido de falta o insuficiencia, sino también porque el proceso mismo de la escritura ha intervenido para hacer del poema otra cosa, eso que sólo puede ser o existir porque lo escribimos".

viernes, 15 de mayo de 2009

Versión de Goethe (un poema del Diván)

¿QUE el Corán desde el principio
de los tiempos ha existido?
Ni siquiera pienso en ello.
¿Si el Corán ha sido creado?
¡Y yo que sé!
Que es el Libro de los Libros
creo pues es un deber
para todo musulmán.
Pero que desde el principio
de los tiempos haya vino...
de eso no me cabe duda.
O que haya sido creado
por los ángeles yo pienso
que no es sólo poesía.
El borracho, desde siempre,
más directamente el rostro
ha contemplado de Dios.

(Versión de J.L.G.T)

martes, 12 de mayo de 2009

"Hablamos de entender una oración en el sentido en que ésta puede ser sustituida por otra que diga lo mismo; pero también en el sentido en que no pueda ser sustituida por ninguna otra. (Como tampoco un tema musical se puede sustituir por otro.)
En el primer caso es el pensamiento de la proposición lo que es común a diversas proposiciones; en el segundo, se trata de algo que sólo esas palabras, en esa posición, pueden expresar. (Entender un poema.)"
Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas

viernes, 1 de mayo de 2009

Parado en una piedra




Parado en una piedra,

desocupado,

astroso, espeluznante,

a la orilla del Sena, va y viene.

Del río brota entonces la conciencia,

con peciolo y rasguños de árbol ávido:

del río sube y baja la ciudad, hecha de lobos abrazados.


El parado la ve yendo y viniendo,

monumental, llevando sus ayunos en la cabeza cóncava,

en el pecho sus piojos purísimos

y abajo

su pequeño sonido, el de su pelvis,

callado entre dos grandes decisiones,

y abajo,

más abajo,

un papelito, un clavo, una cerilla...


¡Este es, trabajadores, aquel

que en la labor sudaba para afuera,

que suda hoy para adentro su secreción de sangre rehusada!

Fundidor del cañón, que sabe cuántas zarpas son acero,

tejedor que conoce los hilos positivos de sus venas,

albañil de pirámides,

constructor de descensos por columnas

serenas, por fracasos triunfales,

parado individual entre treinta millones de parados,

andante en multitud,

¡qué salto el retratado en su talón

y qué humo el de su boca ayuna, y cómo

su talle incide, canto a canto, en su herramienta atroz, parada,

y qué idea de dolorosa válvula en su pómulo!


También parado el hierro frente al horno,

paradas las semillas con sus sumisas síntesis al aire,

parados los petróleos conexos,

parada en sus auténticos apóstrofes la luz,

parados de crecer los laureles,

paradas en un pie las aguas móviles

y hasta la tierra misma, parada de estupor ante este paro,

¡qué salto el retratado en su tendones!

¡qué transmisión entablan sus cien pasos!

¡cómo chilla el motor en su tobillo!

¡cómo gruñe el reloj, paseándose impaciente a sus espaldas!

¡cómo oye deglutir a los patrones

el trago que le falta, camaradas,

y el pan que se equivoca de saliva,

y, oyéndolo, sintiéndolo, en plural, humanamente,

¡cómo clava el relámpago su fuerza sin cabeza en su cabeza!

y lo que hacen, abajo, entonces, ¡ay!

¡más abajo, camaradas,

el papelucho, el clavo, la cerilla,el pequeño sonido, el piojo padre!


César Vallejo, Poemas póstumos