Durante su exilio, mientras compone su obra El señor Puntila y su criado Matti, Brecht anota: "El Puntila casi no me importa; la guerra, muchísimo. Sobre el Puntila puedo escribir casi todo; sobre la guerra, nada". José Ángel Valente afirmaba que "El tiempo del escritor no es el tiempo de la historia", pero una reflexión en este sentido sorprende mucho más en un autor como Brecht, cuya obra, en su mayor parte, parece nacer de la urgente necesidad de responder a las circunstancias históricas. Quien afirmaba, en uno de sus poemas, que solo los discursos de Hitler, el "pintor de brocha gorda", le llevaban al escritorio, se siente de pronto incapaz de ser lo que se denomina, con sospechosa solemnidad, un testigo de su época.
Quizá toda obra se escriba a des-tiempo. Escribir es proponer otra temporalidad, que no supone necesariamente dar la espalda al presente, sino que a menudo constituye una forma de resistencia, la posición de quien sabe que el verdadero rostro del ahora se hurta casi siempre a los contemporáneos. De ahí que las grandes obras sean siempre intempestivas, en el sentido nietzscheano, y etimológico, del término: fuera de tiempo, de sazón. El reloj de la escritura está a menudo adelantado, como decía Kafka, pero puede también atrasarse contra el Angelus Novus de la historia o, simplemente, negarse a dar las horas, esas horas que marcan los tiempos del trabajo y el ocio y tratan de pautar nuestra vida con una exactitud que recuerda a la muerte.