Paul Klee, Angelus Novus |
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domingo, 9 de octubre de 2016
Marchas forzadas
"Para mí, el espíritu universal ha dado al tiempo la orden de avanzar; esta orden es cumplida; este ser avanza como una falange cerrada y blindada, irresistiblemente y con movimiento tan imperceptible como el del sol, hacia adelante, sin reconocer obstáculos; incontables tropas ligeras, a favor y en contra, lo flanquean, la mayoría de las cuales no saben de qué se trata y reciben solo golpes en la cabeza como si procedieran de una mano invisible. El partido más seguro a tomar es tener fija la vista en el gigante que avanza". En estas palabras de Hegel de 1816 sorprende la franqueza, casi diría el cinismo, con que se presenta la moderna visión de la Historia, de la que beben todos los mitos del progreso. Resulta indudable el tono marcial, casi épico, la concepción de lo histórico como un carro de combate frente al cual solo cabe la opción de apartarse o ser arrollado, si uno no tiene el dudoso privilegio de ir subido en él. Pero por chocante que nos parezca, todavía seguimos sumergidos en esa visión del mundo, la que identifica el realismo político con el necesario sacrificio de unos pocos o muchos en aras del llamado interés general, en las antípodas del reino de los fines con el que soñara Kant. Por el contrario, lo que se impone es una visión instrumental del otro y de lo otro, que no hemos abandonado sino que está más presente que nunca (pienso, por ejemplo, en todo el instrumental ideológico puesto en marcha, verdadera maquinaria de guerra, para justificar las medidas de austeridad impuestas por la Unión Europea, presentadas como las únicas opciones racionales para afrontar la crisis).
Las palabras de Hegel pueden servir también de contrapunto a uno de los emblemas más poderosos de todo el siglo XX (y por la misma razón, más trillados, hasta el punto de que corremos el riesgo de que se convierta en un tópico inane). Me refiero al Angelus Novus de Benjamin, que se niega a mirar hacia delante, porque sabe todas las ruinas, todos los cadáveres que esconde la palabra "futuro". Un futuro, al que por otra parte no cabe renunciar pero sí poner entre paréntesis, porque, como el autor alemán afirma al final de su hermoso ensayo sobre Las afinidades electivas, la esperanza se nos ha sido dada solo por razón de los desesperados. Ese es probablemente el único futuro -el más necesario, el más improbable- que puede albergar, sin traicionarse, la escritura, desde la retaguardia del idioma, de la memoria, del lugar donde se dicen sin pudor las heridas.
miércoles, 18 de enero de 2012
Geopolítica del arte
Leyendo a Mukarovsky (en mi opinión, uno de los autores que, junto con Adorno, mejor ha visto la compleja relación entre la autonomía de la obra artística y su inevitable historicidad), pienso en la paradójica realidad del juicio estético (que tanto desconcertó a los ilustrados, Kant a la cabeza). Por más que las estéticas actuales abominen de normas y modelos, el solo hecho de plantear el valor de una obra propone un efímero canon, una poética que, incluso cuando se limita a ser una simple propuesta, no puede evitar un gesto conminatorio, si no autoritario. Ese pecado original del arte, esa inevitable soberbia, es paradójicamente una propuesta de libertad: la de redefinir el espacio imaginario común, la cartografía de nuestras vivencias e identidades. Desengañémosnos: mientras el arte sea lo que en los últimos siglos hemos llamado arte, en todo acto de rebeldía artística seguirá latiendo la tentación de convertirse en norma, en dictaminar una vez más qué es arte y qué no es arte. Y tal vez está bien que así sea. La frontera entre lo artístico y lo no artístico seguirán siendo, por supuesto, difusas, pero cada artista que se atreve a cruzar esa línea imaginaria mezcla en un gesto imposible la actitud del conquistador con la del vagabundo, como si ese territorio que se coloniza no fuera sino una excusa para el viaje, un lugar del que su descubridor es el primer desterrado.
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