viernes, 22 de febrero de 2019

Antonio Machado medita sobre el suicidio en Portbou



 Hoy, a los ochenta años de la muerte de Antonio Machado en Collioure, me ha parecido oportuno colgar este poema de aires benjaminianos, incluido en mi libro Hotel Europa, como homenaje al poeta de Campos de Castilla. Uno de los primeros poetas que leí, allí en la infancia, en una curiosa antología llamada Antonio Machado para niños, que incluía aquello de "Soria fría, Soria pura...", que yo me aprendí de memoria sin saber muy bien qué significaba. Quién sabe si aquello, para bien o para mal, no fue el primer paso hacia una titubeante vocación poética. Esta semana me acercaba con mis alumnos de cuarto de la ESO, al poema "Radio Waves" que Raymond Carver dedica a Machado desde la gratitud de quien siente, de alguna forma, que la poesía le ha salvado la vida. Un texto que, en la versión de Jaime Priede, conserva esa complicidad , imposible de confundir con una lectura de ocasión o una afinidad superficial. Uno siente, como Carver, que, aunque llevemos años sin releerlo, Machado está siempre ahí, como amigo de toda la vida o un viejo confidente. Más allá del aura de santón laico y de su enclaustramiento en el panteón de los programas educativos y de las lecturas escolares, lo cierto es que resulta reconfortante volver a Machado, como quien llama por teléfono a alguien con quien uno perdió el contacto hace ya tiempo y cuya voz de pronto nos suena cálida y familiar. 



ANTONIO MACHADO MEDITA SOBRE EL SUICIDIO EN PORTBOU

Nos cruzamos en un andén vacío. Ensayamos un gesto semejante a un saludo que el cuerpo, o la sombra del cuerpo, se niega a obedecer.

Lejos crepitan las hogueras. Se acumulan recibos, cartas sin contestar, periódicos de hojas amarillentas, profecías. Son arduos los idiomas.

Esperamos la lluvia. Ahora nieva ceniza.