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viernes, 5 de mayo de 2017

Una modesta proposición: diez reflexiones en torno a la enseñanza de la lengua y literatura en el sistema educativo español



Erik Desmazieres

DIEZ REFLEXIONES EN TORNO A UNA  NECESARIA REFORMA DEL ESTUDIO DE LA LENGUA  Y LA LITERATURA EN EL SISTEMA EDUCATIVO ESPAÑOL

  1.    El programa de Lengua Castellana y Literatura es repetitivo hasta la saciedad Basta comparar los contenidos de los distintos cursos entre sí. No importa qué sean de Primaria, de Secundaria Obligatoria o de Bachillerato: la sensación de déjà vu y de hastío es inevitable, cuando uno comprueba que nociones como sujeto y predicado, los elementos de la comunicación, las características del texto narrativo o la diferencia entre metáfora y símil aparecen una y otra vez. ¿Qué interés puede despertar en los alumnos, obligados a estudiar curso tras curso lo mismo, una materia de estas características? La respuesta es obvia. 
  2.     El estudio de la lengua y la literatura está, en nuestro país, excesivamente escorado hacia la gramática. Nuestros alumnos pasan más tiempo buscando el complemento directo de una oración o analizando morfológicamente una palabra que haciendo redacciones o comentando textos. No se trata, en absoluto, de eliminar los contenidos gramaticales del currículum, pero sí de plantearse si, por una vez, es posible que no comencemos la casa por el tejado. La pregunta primera debe ser: ¿qué puede aportar esta materia para la formación de un ciudadano en una sociedad democrática? Y empezar a rediseñar la materia desde esa pregunta, sin dar por sentado nada.
  3.    La afición por la lectura se trabaja desde las primeras etapas. De ahí lo peligroso que resulta reducir la lectoescritura a una mera técnica instrumental (me consta que muchos maestros lo saben perfectamente y lo ponen en práctica). En el lenguaje se funden emoción, pensamiento, carga simbólica. Enseñar a leer no es solo enseñar a descifrar unos caracteres y a reproducirlos, sino ayudar a descubrir en el lenguaje una ocasión de goce y de autodescubrimiento, algo que, por otra parte, no viene en absoluto favorecido por el excesivo didactismo de no pocas lecturas de los libros de textos. La obsesión por transmitir valores y principios (una nueva versión del moralismo de épocas pasadas) olvida los complejos mecanismos de la obra literaria (incluso del cuento de hadas de apariencia más simple) y la capacidad de la escritura para abrirse a nuevas visiones de lo real.
  4.      Se produce un enorme sinsentido en el programa educativo español al dar por sentado que todos los niños deben saber ya leer y escribir en el primer curso de Primaria, cuando este constituye el inicio de la enseñanza obligatoria. Adelantar contenidos sin tener en cuenta el desarrollo evolutivo de los niños es, como poco, contraproducente (algo que los estudios recientes sobre el cerebro y sobre los procesos de aprendizaje no hacen sino corroborar). El primer acercamiento a la palabra escrita debe ser siempre la palabra oral, el disfrute de escuchar cuentos, poemas… leídos por otros. La prisa no es una buena aliada del aprendizaje. Forzar a todos los niños a leer y escribir a una edad muy temprana no garantiza un mejor dominio de estas destrezas básicas ni, desde luego, un interés por la lectura (a veces, sucede lamentablemente, lo contrario).
  5.       Habría que repensar la unión sin más de la lengua con la literatura, que va casi siempre en desmedro de la segunda. Y más, cuando la “lengua” se identifica, sin más, con el estudio de las estructuras gramaticales del idioma. Pienso, por ejemplo, en el peso, a todas luces exagerado, que el análisis sintáctico tiene en el programa, lo que da lugar a un aluvión de ejercicios en torno a frases descontextualizadas, fuera de los valores que los recursos sintácticos tienen en los discursos reales, ya sean o no literarios. Separarlas en asignaturas distintas, al menos en segundo ciclo de la educación obligatoria y el bachillerato, tal vez favorecería un acercamiento más sosegado y provechoso a las obras literarias.
  6.       El estudio de la literatura forma parte de una educación estética en sentido amplio. Por ello seguiría siendo deficiente un sistema educativo que prestara mucha atención a la literatura, pero ninguna, o muy poca, a la música o a la historia del arte. Lamentablemente, todo parece indicar que vamos en la dirección contraria.
  7.       La reducción de la literatura a la llamada literatura nacional resulta absurda y engañosa. Se trata, por otra parte, de un enfoque ideológicamente condicionado por un mundo que ya no es el nuestro (el del nacionalismo y el Romanticismo del siglo XIX, con su obsesión por la identidad nacional y el “espíritu del pueblo”). Es conveniente, sin duda, que en los últimos cursos de la secundaria obligatoria así como en el  bachillerato exista una asignatura específica de literatura universal, pero hay que tener en cuenta que solo una mínima parte del alumnado cursa dicha materia.  El primer acercamiento a la literatura debería tener un enfoque universalista, por más que pueda hacerse especial énfasis en la lengua y la cultura propias. ¿Tiene sentido que nuestros alumnos no sepan nada de Homero, Dante o Shakespeare y, en cambio, estudien a autores de menor peso, querámoslo o no, como  Juan de Mena o José María de Pereda? Lo ideal sería conocer a todos los escritores, pero, si somos honestos, reconoceremos que eso es imposible y que, además, todo programa educativo implica, explícita o implícitamente, una elección. Una elección que nunca es neutral. En este sentido, resulta nefasta la progresiva desaparición de la literatura hispanoamericana en los planes de estudio. ¿Qué ideología hay detrás de este enfoque nacionalista de la literatura? ¿Realmente sirve para crear lectores? ¿Qué objetivo persigue? ¿Lo cumple?
  8.       La biblioteca debería ser un espacio fundamental en todo centro educativo. Para ello, es preciso contar con personal con tiempo suficiente para dedicarse a darle vida: para que no sea únicamente un lugar de estudio, o cómo mucho, de préstamo de libros, sino un espacio de fomento de la lectura y de recursos bibliográficos. Para ello, el profesorado responsable debería contar no solo con la posibilidad de formarse específicamente para ello, sino con una reducción horaria que le permitiera compatibilizar su labor docente con su trabajo específico. Considerar las horas de dedicación a la biblioteca como horas de guardia no deja de mostrar el desprecio con el que las instituciones educativas en general contemplan esta labor.
  9.   La materia de Lengua y Literatura se considera actualmente como una asignatura instrumental, y por tanto, básica dentro del currículum, debido a que trabaja capacidades básicas como la lectura, la escritura o la comprensión oral. Si realmente queremos que sea instrumental, elementos del programa como el análisis sintáctico o morfológico deben estar al servicio de la mejora de la expresión y de la comprensión... no al revés, como sucede ahora. Por supuesto, es muy difícil trabajar la redacción o la expresión oral con grupos tan numerosos como los que tenemos actualmente en las aulas. Por ello, es importante reducir las ratios y favorecer la formación de desdobles y grupos flexibles.
  10.   Todo parece indicar que la promesa de un pacto educativo –no digamos ya de una verdadera reforma – va a quedar en un puro gesto retórico (otra oportunidad perdida para abordar un cambio tan urgente como necesario). El pecado original de la ley actual, como el de otras leyes anteriores, es no contar con la opinión de los docentes. ¿Sería mucho pedir que esta vez se escuchara a los profesores que enseñan lengua y literatura en los colegios e institutos? Para ello, hace falta, claro está, tiempo (aquí no valen prisas) y, por supuesto, voluntad política. Mucho me temo que de momento no se está cumpliendo ninguna de estas dos condiciones. Una pena, porque estoy convencido de que los profesores (como los alumnos o las familias) tienen mucho que decir.