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Erik Desmazieres |
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DIEZ REFLEXIONES EN
TORNO A UNA NECESARIA REFORMA DEL
ESTUDIO DE LA LENGUA Y LA LITERATURA EN
EL SISTEMA EDUCATIVO ESPAÑOL
- El
programa de Lengua Castellana y Literatura es repetitivo hasta la saciedad
Basta comparar los contenidos de los distintos cursos entre sí. No importa qué
sean de Primaria, de Secundaria Obligatoria o de Bachillerato: la sensación de déjà vu y de hastío es inevitable,
cuando uno comprueba que nociones como sujeto y predicado, los elementos de la
comunicación, las características del texto narrativo o la diferencia entre
metáfora y símil aparecen una y otra vez. ¿Qué interés puede despertar en los
alumnos, obligados a estudiar curso tras curso lo mismo, una materia de estas
características? La respuesta es obvia.
-
El estudio de la lengua y la literatura
está, en nuestro país, excesivamente escorado hacia la gramática. Nuestros
alumnos pasan más tiempo buscando el complemento directo de una oración o
analizando morfológicamente una palabra que haciendo redacciones o comentando
textos. No se trata, en absoluto, de eliminar los contenidos gramaticales del
currículum, pero sí de plantearse si, por una vez, es posible que no comencemos
la casa por el tejado. La pregunta primera debe ser: ¿qué puede aportar esta
materia para la formación de un ciudadano en una sociedad democrática? Y
empezar a rediseñar la materia desde esa pregunta, sin dar por sentado nada.
-
La afición por la lectura se trabaja
desde las primeras etapas. De ahí lo peligroso que resulta reducir la
lectoescritura a una mera técnica instrumental (me consta que muchos maestros
lo saben perfectamente y lo ponen en práctica). En el lenguaje se funden emoción,
pensamiento, carga simbólica. Enseñar a leer no es solo enseñar a descifrar
unos caracteres y a reproducirlos, sino ayudar a descubrir en el lenguaje una
ocasión de goce y de autodescubrimiento, algo que, por otra parte, no viene en
absoluto favorecido por el excesivo didactismo de no pocas lecturas de los
libros de textos. La obsesión por transmitir valores y principios (una nueva
versión del moralismo de épocas pasadas) olvida los complejos mecanismos de la
obra literaria (incluso del cuento de hadas de apariencia más simple) y la
capacidad de la escritura para abrirse a nuevas visiones de lo real.
-
Se produce un enorme sinsentido en el
programa educativo español al dar por sentado que todos los niños deben saber
ya leer y escribir en el primer curso de Primaria, cuando este constituye el
inicio de la enseñanza obligatoria. Adelantar contenidos sin tener en cuenta el
desarrollo evolutivo de los niños es, como poco, contraproducente (algo que los
estudios recientes sobre el cerebro y sobre los procesos de aprendizaje no hacen
sino corroborar). El primer acercamiento a la palabra escrita debe ser siempre
la palabra oral, el disfrute de escuchar cuentos, poemas… leídos por otros. La
prisa no es una buena aliada del aprendizaje. Forzar a todos los niños a leer y
escribir a una edad muy temprana no garantiza un mejor dominio de estas
destrezas básicas ni, desde luego, un interés por la lectura (a veces, sucede
lamentablemente, lo contrario).
-
Habría
que repensar la unión sin más de la lengua con la literatura, que va casi
siempre en desmedro de la segunda. Y más, cuando la “lengua” se identifica, sin
más, con el estudio de las estructuras gramaticales del idioma. Pienso, por
ejemplo, en el peso, a todas luces exagerado, que el análisis sintáctico tiene
en el programa, lo que da lugar a un aluvión de ejercicios en torno a frases
descontextualizadas, fuera de los valores que los recursos sintácticos tienen
en los discursos reales, ya sean o no literarios. Separarlas en asignaturas
distintas, al menos en segundo ciclo de la educación obligatoria y el
bachillerato, tal vez favorecería un acercamiento más sosegado y provechoso a
las obras literarias.
-
El estudio de la literatura forma parte
de una educación estética en sentido amplio. Por ello seguiría siendo deficiente
un sistema educativo que prestara mucha atención a la literatura, pero ninguna,
o muy poca, a la música o a la historia del arte. Lamentablemente, todo parece
indicar que vamos en la dirección contraria.
-
La
reducción de la literatura a la llamada literatura nacional resulta absurda y
engañosa. Se trata, por otra parte, de un enfoque ideológicamente condicionado
por un mundo que ya no es el nuestro (el del nacionalismo y el Romanticismo del
siglo XIX, con su obsesión por la identidad nacional y el “espíritu del
pueblo”). Es conveniente, sin duda, que en los últimos cursos de la secundaria
obligatoria así como en el bachillerato
exista una asignatura específica de literatura universal, pero hay que tener en
cuenta que solo una mínima parte del alumnado cursa dicha materia. El primer acercamiento a la literatura
debería tener un enfoque universalista, por más que pueda hacerse especial
énfasis en la lengua y la cultura propias. ¿Tiene sentido que nuestros alumnos
no sepan nada de Homero, Dante o Shakespeare y, en cambio, estudien a autores
de menor peso, querámoslo o no, como
Juan de Mena o José María de Pereda? Lo ideal sería conocer a todos los
escritores, pero, si somos honestos, reconoceremos que eso es imposible y que,
además, todo programa educativo implica, explícita o implícitamente, una
elección. Una elección que nunca es neutral. En este sentido, resulta nefasta
la progresiva desaparición de la literatura hispanoamericana en los planes de
estudio. ¿Qué ideología hay detrás de este enfoque nacionalista de la
literatura? ¿Realmente sirve para crear lectores? ¿Qué objetivo persigue? ¿Lo
cumple?
-
La
biblioteca debería ser un espacio fundamental en todo centro educativo. Para
ello, es preciso contar con personal con tiempo suficiente para dedicarse a
darle vida: para que no sea únicamente un lugar de estudio, o cómo mucho, de
préstamo de libros, sino un espacio de fomento de la lectura y de recursos
bibliográficos. Para ello, el profesorado responsable debería contar no solo
con la posibilidad de formarse específicamente para ello, sino con una
reducción horaria que le permitiera compatibilizar su labor docente con su
trabajo específico. Considerar las horas de dedicación a la biblioteca como
horas de guardia no deja de mostrar el desprecio con el que las instituciones
educativas en general contemplan esta labor.
-
La
materia de Lengua y Literatura se considera actualmente como una asignatura
instrumental, y por tanto, básica dentro del currículum, debido a que trabaja
capacidades básicas como la lectura, la escritura o la comprensión oral. Si
realmente queremos que sea instrumental, elementos del programa como el
análisis sintáctico o morfológico deben estar al servicio de la mejora de la
expresión y de la comprensión... no al revés, como sucede ahora. Por supuesto,
es muy difícil trabajar la redacción o la expresión oral con grupos tan
numerosos como los que tenemos actualmente en las aulas. Por ello, es
importante reducir las ratios y favorecer la formación de desdobles y grupos
flexibles.
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Todo
parece indicar que la promesa de un pacto educativo –no digamos ya de una
verdadera reforma – va a quedar en un puro gesto retórico (otra oportunidad
perdida para abordar un cambio tan urgente como necesario). El pecado original
de la ley actual, como el de otras leyes anteriores, es no contar con la
opinión de los docentes. ¿Sería mucho pedir que esta vez se escuchara a los
profesores que enseñan lengua y literatura en los colegios e institutos? Para
ello, hace falta, claro está, tiempo (aquí no valen prisas) y, por supuesto,
voluntad política. Mucho me temo que de momento no se está cumpliendo ninguna
de estas dos condiciones. Una pena, porque estoy convencido de que los
profesores (como los alumnos o las familias) tienen mucho que decir.