domingo, 20 de agosto de 2017
"Mapamundi del dolor": Marta Agudo
“MAPAMUNDI DEL DOLOR”:
SOBRE HISTORIAL DE MARTA AGUDO
No puede negarse que el cuerpo es
una categoría central de nuestra época. Con todo, cabe preguntarse hasta qué
punto ese cuerpo, proyectado en constantes arquetipos e imágenes ideales, no
acaba revelando una suerte de sublimación inversa, por la que nuestra carne,
atravesada por la mortalidad y por su carácter ciertamente vulnerable, se
convierte en su contrario, como si la visión cristiana de los cuerpos gloriosos
se hubiera secularizado hasta extremos sorprendentes. De ahí la vivencia
contradictoria de la corporalidad que atraviesa nuestras sociedades: afirmación
y negación a un tiempo de un cuerpo que somos y que, sin embargo, pareciera
tantas veces ajeno.
El trabajo de Marta Agudo nos aleja de
esas visiones simplistas del cuerpo, para, desde la carne enferma, nombrar su
carácter vulnerable, su mortalidad. El cuerpo recupera así su carácter de pura
evidencia, de presencia constante, y, al mismo tiempo, deja entrever cierto
carácter espectral. Caer enfermo (nótese el dramatismo del verbo en español) es
tomar constancia de la frágil sustancia de nuestras construcciones mentales:
“El hombre, como escribía Octavio Paz, es materia que se piensa a sí misma. Se
piensa, sí, se complace en lo divino, pero mira esta mano que sangra”. No
obstante, si Historial de Marta Agudo consigue atrapar el complejo nudo que nos
ata a nuestra carne, no lo hace tan solo por abordar un tema a menudo hurtado
como es el de la enfermedad (grave). La razón principal es que asistimos a un
exigente trabajo sobre el lenguaje, que, si en ocasiones parece deslizarse
hacia la mimesis directa (“Una baja más, otra cama libre”, el celador a su
compañero”), también sabe recurrir a imágenes de fuerte carga simbólica, de
poderoso aliento irracional: “Como el pez al mar es un punto inaprensible, así
el cadáver al dios de los descalzos”.
Porque somos cuerpo y somos lenguaje (y
no simplemente “tenemos” cuerpo y habla), verbalizar el sufrimiento es una
forma de asumir la encrucijada en la que nos ha tocado vivir. La escritura de
Marta Agudo asume en este libro el carácter contradictorio de la enfermedad
(que comparte ese carácter con la muerte) que nos impone a un tiempo la
locuacidad y el mutismo. En la vida cotidiana (y en la escritura) se desmiente
con frecuencia el célebre aserto de Wittgenstein en el Tractatus: es
precisamente sobre lo que no podemos hablar sobre lo que no podemos callarnos.
En este sentido, creo que Historial se comprende mejor dentro de la trayectoria
poética de la escritora, si lo comparamos con títulos como 28010. Si en los
libros anteriores la tendencia a lo fragmentario era evidente (hasta el punto
de que su primer poemario se titula así, Fragmento), ahora la experiencia de la
enfermedad parece arrastrarnos hacia un discurso que tiende a expandirse, lo
que se aprecia tanto en los textos en prosa como en aquellos que recurren al
versículo. Sin embargo, conviene no exagerar el contraste, porque creo que
buena parte de la eficacia del libro consiste en explorar nuevas formas sin
dejar del todo de lado las antiguas. Los textos del libro se benefician así de
una tensión entre la contención que impone un ritmo sincopado y fragmentario y
la pulsión torrencial de una voz que no puede callarse, porque necesita transformar
el dolor en palabra, para convertirlo en experiencia humana, aun siendo
consciente de que siempre se trata de algo que nos desborda. La propia
sustancia lingüística del libro responde así a esa ambigua vivencia de la
enfermedad que señalábamos antes, que nos impele tanto a hablar como a
callarnos, lo que revela su carácter límite. No es esta la única ambivalencia a
la que nos arrastra el cuerpo enfermo: enfermar es asomarse a una grieta,
afrontar el carácter incomunicable del sufrimiento: “Aquí no se comparte nada.
Y digo “aquí” porque el cáncer es un espacio […]”. Por otro lado, sin embargo,
la enfermedad relativiza el yo, se convierte en un espejo en el que reconocer
un destino común. La enfermedad (y también la muerte) nos hacen oscilar así
entre la soledad radical y la solidaridad – si se me permite una palabra tan
gastada—, solidaridad no menos radical que llega incluso a ir más allá de lo
humano, como testimonia, por ejemplo, el texto que la autora dedica a su
“perrilla”.
El Historial de Marta Agudo es así un
testimonio que rebasa la experiencia individual para tocar el fondo oscuro de
la condición humana, con una sensibilidad cercana al barroco o, incluso a la
tragedia griega: “si vivir ya implica morir, para qué estos sorbos de nada
precedida”. El cuerpo enfermo revela así la profunda unidad entre la vida y la
muerte, lo que lleva a escribir, como un eco quizá de las terribles palabras de
Sileno a Midas, recogidas por Nietzsche, “Acaso hubiera sido preferible la
píldora transparente del no nacer”. Y, con todo, el dolor de los otros, más que
el propio, es el que parece convertir el lenguaje en una muralla de
resistencia, en un muro de contención que conoce su fragilidad, consciente del
“bilingüismo del estar y la nada. El cuerpo, ventrílocuo de la desaparición,
encefalograma raído, escáner que bordea un epílogo sin sangre ni sutura”.
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