sábado, 3 de abril de 2021

Un viaje de ida y vuelta


El 29 de enero de 1916 Juan Ramón Jiménez embarca en Cádiz rumbo a Nueva York, donde acabará desembarcando el 12 de febrero. Un largo viaje de ida al que seguirá –tras una estancia en los Estados Unidos— otro largo viaje de vuelta, que deja también su huella en el Diario. Largos días sin otro paisaje que el mar y el cielo, como dos espejos que se reflejaran el uno al otro (“Cielo, palabra/ del tamaño del mar/ que vamos olvidando tras nosotros” anota el poeta el 30 de enero). Resulta difícil hacerse cargo de la duración de esos trayectos, hoy cuando en unas horas podemos cruzar en avión el Atlántico. Días y días sin ocupaciones fijas ni tareas urgentes que atender, pero también sin móvil, sin redes sociales, sin series… dan para mucho. También (supongo yo) para aburrirse. No sé yo si Juan Ramón se aburrió o no, pero lo cierto es que, por lo general, se ha dado poca importancia al aburrimiento como motor de la creación y de la escritura. En nuestra época, que huye del tedio como la peste, que busca mil subterfugios para llenar no ya las horas muertas, sino el minuto vacío, resulta cada vez más difícil aburrirse. Qué lejos nos va quedando la vivencia infantil evocada por Antonio Machado (“¡Moscas del primer hastío/ en el salón familiar,/ las claras tardes de estío/ en que yo empecé a soñar!”), en la que el tedio se presenta como la puerta, inesperada, a la ensoñación, preludio asimismo de la vocación poética. 
 (Fragmento del prólogo a Juan Ramón Jiménez, 
Diario de un poeta recién casado. Madrid, Austral, 2021)
Aquí, el texto completo publicado en la edición digital de El Cultural.

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