domingo, 3 de junio de 2018
Que concierne de Julieta Valero
La voz de Julieta Valero no ha dejado de perfilarse, ya desde libros
como Los heridos graves o Autoría, desde la aparente paradoja del tono
inconfundible, genuinamente propio, de quien parece perseguir, sin
embargo, una suerte de impersonalidad poética. Pero quizá de eso se
trata: de ahondar en lo paradójico no solo de la voz que habla en el
poema, sino del ser un yo que habla y que, al mismo tiempo, es hablado
por el lenguaje. Si el yo es en buena medida una trampa, en absoluto
está clara cuál es la alternativa: «Pero si hablar de mí ya no procede….
/ ¿Dónde veré reflejado el modo en que no existo. / Qué será de la Navidad
si prohíben las luces? / Y cómo darás conmigo tú, entrenada para
rastrearme en los bajos de nuestros antepasados». Porque si la tentación
de abandonar el yo puede cobrar fuerza, parece, sin embargo, imprescindible
invocar ese tú, dejar una puerta abierta a otro rostro, a otra voz:
«Ese polen de mí que centellea, me interrumpe, parte».
En toda la obra de Valero, y muy particularmente en este libro, parece
latir la pregunta no sólo sobre el lugar desde el que se escribe, sino
desde dónde se habla, cómo los múltiples lenguajes que nos atraviesan
van conformando una subjetividad siempre porosa y extremadamente
frágil. De ahí que ese lugar sea a la vez el de la experiencia propia y el
de la política, sin que quepa oponer sin más ambos territorios.
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