miércoles, 28 de diciembre de 2016

Un villancico de Bertolt Brecht


Pues, sí, aunque parezca sorprendente, Brecht, quien reconocía que una de sus influencias más importantes fue la Biblia, escribió varios poemas de Navidad. El que ahora ofrezco, en una versión no del todo literal, engaña en una primera lectura, incluso desconcierta, aunque ese tono sutilmente irreverente casa bien con la escritura brechtiana y con la poesía popular. Y es que la Navidad parece uno de los pocos terrenos en los que la religión cristiana permite reírse de sus propios símbolos (ahí están algunos villancicos españoles para demostrarlo: "en el portal de Belén/ han entrado los ratones/ y al pobre de San José/ le han roído los calzones").
Sin embargo, en los versos de Brecht (en especial, en el que cierra el poema) algo no encaja: la aparente jovialidad no alcanza a ocultar la miseria en la que, según los Evangelios, el Nazareno viene al mundo. Todo aquí es confort y ambiente burgués, como si el poeta quisiera dejar entrever las fisuras de esa imagen idílica de la Navidad (y, de paso, de un cristianismo aburguesado, exento de radicalidad ética y de todo aliento profético). Pero tal vez me estoy poniendo demasiado serio para hablar de un autor que siempre defendió que el arte no estaba reñido con la diversión. Y yo, la verdad, me he divertido mucho remedando los ripios del original, con su aire intrascendente y juguetón.
 
Marc Chagall


LA NOCHE BUENA

Antes de la noche, el día en que Cristo
a este mundo nuestro como un niño vino
fue un día duro, gris y sin sentido.
No tenían sus padres un alojamiento.
Por ello temían por el nacimiento
que para esa noche ellos preveían:
cayó el parto en la estación fría,
mas todo salió a las mil maravillas.
Era aquel establo que por fin hallaran
cálido, con musgo entre tabla y tabla.
La tiza en la puerta dice que el establo
huéspedes tenía y estaba pagado.
Así fue al final una noche buena:
el heno mejor de lo que creyeran.
La mula y el buey su sitio ocuparon:
todo ha de marchar como está mandado.
Un pesebre de mesa pequeña sirvió.
Un criado, oculto, un pez les llevó
(pues con el gran Cristo fue entonces preciso
obrar con astucia y mucho sigilo)
pero aquel pescado resultó excelente
y por todos lados su aroma se extiende.
Del marido ahora se ríe María,
tan preocupado como parecía.
Se levantó viento al anochecer
y no fue tan frío como suele ser:
una brisa cálida casi se ha tornado,
caliente, el establo; el niño, tan guapo.
Y ahora sí no falta apenas ya nada:
¡los Reyes Magos que a las puertas andan!
María y José contentos estaban.
Muy contentos pueden al fin descansar.
El mundo por Cristo no podía hacer más.

BERTOLT BRECHT
(VERSIÓN DE J.L.G.T.)
Aquí, el original

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