viernes, 4 de noviembre de 2016




António Ramos Rosa, Claros (edición de Verónica Aranda). Polibea, 2016

 
Aun a riesgo de caer en un tópico, hay que constatar que la presencia en nuestro panorama editorial de la lírica portuguesa no siempre se corresponde con la riqueza de una tradición, que, por solo citar a algunos autores contemporáneos, incluye a figuras tan relevantes como Fernando Pessoa, Eugenio de Andrade, Sophia de Mello Breyner, Nuno Júdice o Herberto Hélder. Por ello, siempre es de agradecer un libro como este que, en una muy hermosa edición de Polibea, nos acerca a la voz de António Ramos Rosa en las cuidadas versiones de la poeta Verónica Aranda, quien también firma el prólogo.
Una primera aproximación a este conjunto de poemas en prosa puede hacer pensar en un libro eminentemente metapoético. Y es así, en gran medida. Incluso llama la atención la voluntad ensimismada, la necesidad de crear un espacio cerrado como si el mundo exterior fuera una amenaza o una distracción: «No escribo para abrir un espacio, escribo tal vez para encerrarme en un gran huevo de sombra con árboles inmensos y lámparas de piedra». Como nuestro barroco Soto de Rojas, el poeta luso parece querer trazar, a través del espacio textual, un paraíso cerrado para muchos y jardines abiertos para pocos. Sin embargo, a poco que nos adentremos en la trama de estos poemas, nos encontramos con que ese ensimismamiento es afín al del acto erótico y a su cerrada intimidad: repliegue que, sin embargo, se abre a una realidad más allá del yo (y del tú). Así, en no pocos textos eros y poesía parecen confundirse en un mismo afán por existir plenamente y a la vez borrarse en el otro, en lo otro (lo otro del cuerpo, lo otro del lenguaje). 
 

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