jueves, 13 de marzo de 2014

Bernard Nöel: El resto del viaje




Bernard Noël, El resto del viaje y otros poemas (Edición bilingüe de Miguel Casado y Olvido García Valdés). Abada, 2014.
 
Singbarer Rest, “resto cantable”, escribe Paul Celan en uno de sus poemas. Creo que no es casual que la palabra “resto” sirva de título al libro así como a dos de las secciones del volumen, “El resto del viaje” y “El resto del poema”. Frente a la tentación platónica de la poesía como nostalgia de la totalidad, como huella de lo absoluto, el resto nos habla de lo fragmentario, pero también de lo no asimilado, de lo no asimilable de una realidad que nos ofrece su inevitable alteridad: “todo en fin residuo de jadeos”. El objeto como resto que hay que aislar, limpiar a través del lenguaje (“el inventario aísla separa distingue/ emite una pulcritud contagiosa/ en él la palabra purifica al objeto de sí mismo”), pero también el propio lenguaje como resto que denuncia la no coincidencia de la experiencia consigo misma, la extrañeza que nos constituye: “quién sabrá extender el viento/ como los salineros extendían el mar/ y recuperar en él las palabras/ como ellos retiraban la sal”.
 
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2 comentarios:

Ana Fernández del Valle dijo...

Querido José Luis: Me gustaría continuar leyendo tu reseña. Sin embargo, el link parece roto. ¿Dónde podría acceder al documento? Abrazo, Ana.

J.Luis Gómez Toré dijo...

Hola, Ana. Muchas gracias por tu interés. Lamentablemente ya no funciona la página Literaturas.com. Te copio aquí la reseña por completo:
Singbarer Rest, “resto cantable”, escribe Paul Celan en uno de sus poemas. Creo que no es casual que la palabra “resto” sirva de título al libro así como a dos de las secciones del volumen, “El resto del viaje” y “El resto del poema”. Frente a la tentación platónica de la poesía como nostalgia de la totalidad, como huella de lo absoluto, el resto nos habla de lo fragmentario, pero también de lo no asimilado, de lo no asimilable de una realidad que nos ofrece su inevitable alteridad: “todo en fin residuo de jadeos”. El objeto como resto que hay que aislar, limpiar a través del lenguaje (“el inventario aísla separa distingue/ emite una pulcritud contagiosa/ en él la palabra purifica al objeto de sí mismo), pero también el propio lenguaje como resto que denuncia la no coincidencia de la experiencia consigo misma, la extrañeza que nos constituye: “quién sabrá extender el viento/ como los salineros extendían el mar/ y recuperar en él las palabras/ como ellos retiraban la sal”. Se trata de encontrar debajo del acontecimiento “no sabemos qué una materia abandonada algo blanco un poco de greda muda un pliegue de aire una vena apagada o esa insignificancia bajo las palabras deposita una capa de ausencia acaso es la savia de las letras”.
El movimiento de vaivén al que nos empujan las modas ha hecho que en los últimos años los referentes poéticos vengan ante todo del mundo anglosajón, lo que a menudo a supuesto un cierto olvido de otras tradiciones, como la poesía en lengua francesa, y ello a pesar de contar en ella con nombres imprescindibles como Ponge, Char, Bonnefoy o Jaccottet. Y entre esos nombres, merece sin duda un lugar destacado Noël, en cuyos poemas asistimos al complejo juego de la mirada, de un mirar que en ocasiones parece coincidir con el propio lenguaje y otras, separarse de él: “la imagen y la palabra están ligadas o una/ va siempre tras la otra para que el ver/ o el decir prevalezca cada uno a su vez”. Desde una escritura extremadamente atenta a la unidad de la percepción pero también a las fisuras que la atraviesan y que amenazan con romperla, la poesía de Noël se empapa de lugares y de objetos concretos, que parecen hacer verdadero aquel aserto de Kandinsky que imaginaba la libertad artística caminando entre el puro realismo y la pura abstracción. Nos encontramos así ante una poesía que es pensamiento en acto pero también pura presencia de la materia y de sus formas, una lírica que cuando pareciera deslizarse en exceso hacia lo intelectual (pero acaso ¿no tenemos demasiados prejuicios en torno a lo intelectual?) se inocula su propia demencia, consciente de que el poema “siembra en la lengua” su necesaria locura.
Frente a la tópica (y reduccionista) identificación de la lírica como expresión del yo, estos poemas nos ofrecen por el contrario una suerte de ejercicio ascético (no en vano el libro se inicia con un viaje que tiene mucho de iniciático), en el que el sujeto pareciera ceder protagonismo no solo a la alteridad del tú sino también al mundo contemplado. Y sin embargo, ese yo cuya sustancia es tan frágil presta a su vez unidad al mundo: “los ojos son el país de un mismo pasar”. El que mira y lo mirado se constituyen mutuamente y se niegan, en un esfuerzo por vivir al borde de la nada, por afirmar las precarias presencias que niegan ese abismo. Escribir prolonga así también el enigma de la carne, su ser al límite del no ser, su reconocerse y negarse en el lenguaje. El poema parece al fin y al cabo ese presentimiento de “algo carnal que permanece sin figura"