miércoles, 15 de abril de 2020
La infección, 2
IV
La irrealidad de la realidad, podría
escribir, si no temiera caer en un juego de palabras, en ese hilar de
pensamientos vanos que tejen una maraña apenas soportable en los periódicos y
en las redes sociales. Por un lado, la epidemia ha vuelto inesperadamente real
ese mundo que siempre era de los otros, las lejanas comarcas del Ébola y de la malaria, aquello intolerable pero que
tolerábamos con tanta facilidad en otras latitudes y colores de piel. Por otro,
la cuarentena nos ha vuelto ya definitivamente habitantes de un ciberespacio,
que nos da forma tanto como nosotros se la damos. Se repite estos días que la
falta de contacto físico, la obligada distancia, va a dar lugar a nuevos modos
de relacionarse, cuando al fin esto pase (pero, ¿qué es realmente “esto” que
tiene que pasar?). Aprenderemos –se dice—
a valorar un tipo de relación más cercano, más apegado a la presencia real del
otro. Y, de nuevo, ¿qué es eso de una “presencia real”? Como si bastara la
proximidad física para abolir toda distancia. Se habla con demasiada frecuencia
de solidaridad ahora, en este mismo hotel Europa que hace nada mostró su cara
más dura con los refugiados, y donde sigue habiendo habitaciones de primera y
de ínfima categoría. Mientras, el Último (ese fascinante personaje de Murnau)
se prepara para dejar su imaginario puesto de mando y limpiar, con rabia y con
tristeza, los lavabos del hotel donde acecha la infección.
V
¿Servirá, por ejemplo, la temida parálisis del
mercado para percatarnos del carácter ficcional de una economía, en la que, al
parecer, solo los empresarios creaban riqueza, mientras que los trabajadores conformaban
una suerte de pasividad informe, al modo de la materia aristotélica? ¿Dejaremos
a hablar del trabajo como un maná inmerecido, como un regalo venido de los
dioses, que solo cabe agradecer? Creo
que no: que lo más probable es que vivamos esto (otra vez “esto”) como un mal
sueño, como un intervalo, tras el cual intentaremos reanudar lo que llamábamos
vigilia. En esa normalidad no cuestionada el trabajo individual se percibe solo
como el combustible de un perpetuum mobile. No otro mensaje se ha
lanzado a nuestros niños y adolescentes: pase lo que pase, la maquinaria debe seguir
en funcionamiento. Las tareas escolares como metáfora de un mundo sin aliento,
en constante estado de actividad.
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3 comentarios:
Estas reflexiones me han parecido muy interesantes. Estoy de acuerdo, especialmente, en que esas suposiciones de que a partir de aquí valoraremos más la presencia física, la solidaridad, el trabajo obrero, puede que no sean más que un espejismo, o puede que nos olvidemos. A mí eso es lo que me da miedo: el olvido. Porque creo que lo que añoramos no es más que la normalidad a la que estábamos acostumbrados.
Muchas gracias, Francesca, por tus comentarios. Precisamente la siguiente entrega (que publicaré hoy) trata, en parte, sobre el olvido.
Te debo correo...
Es sabido que, con la actual crisis de salud pública, hay gente que se hará multimillonaria. A los que rechazan de plano la idea de que el covid-19 haya sido creado por el hombre quizá habría de recordárseles que la industria armamentística en EE.UU es una de las más `poderosas en aquel país; y las armas, hasta donde sabemos, sirven para matar. En nuestros días cualquier reflexión o análisis sobre cualquier manifestación del Mal (tan connatural, tan propio del hombre como el bien) de cierto alcance es presuntamente ridiculizada bajo la etiqueta “teoría de la conspiración”, si bien conspiraciones (“acuerdo secreto contra algo o alguien”, según el diccionario) suceden a diario en el plano privado (una infidelidad matrimonial) o público (el robo de un banco). ¿De veras creemos que el poder (que, según Foucault, se ejerce más que se posee) se sienta a esperar en su trono y no obra activamente sobre la realidad? El único cambio al que asistimos hoy es que las guerras ya nos son entre países, sino entre el capital y los excluidos del capital. El presidente Trump se reúne en Davos con Botín, no con Sánchez (elegido, mejor o peor, por todos los españoles), porque sabe quién realmente manda en nuestro país. Que en los medios de comunicación de masas españoles no hayan dedicado ni un segundo a interrogarse sobre el origen del virus, sobre quién se lucra, quién se beneficia del mismo (una pregunta lógica que asalta a cualquiera, que al menos merece una consideración, y que es motivo de debate en todo el mundo culto, pero no aquí) es algo que deja atónito. La versión oficial, u oficiosa, es que en un lugar de China alguien comió una serpiente que a la vez había comido un murciélago infectado y eso provocó todo esto. Una vez más: ¿somos tan inocentes para creer que el poder con mayúsculas no existe y no va a intervenir en nuestras vidas (por más que, naturalmente, esa intervención no pueda ser probada fehacientemente, y por tanto denunciada)?. ¿”El fin de la historia”? Más bien la historia de siempre.
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