domingo, 29 de agosto de 2010

"Bebé" (Julieta Valero)

Qué tensión luminosa en la piel
qué inminencia de todo porque va a ser.

Milagro pero sencillo de la fruta como punta de rama.
Quién dijera de la rama tales poderes: otorgar color
movimiento, inauguración perpetua.

Inversión del hastío y los lunes, todo es símbolo de gozo:
la baba sin idiota, la pena que termina
donde la lágrima pierde caudal.
El hambre no remite a balanza ninguna,
a desafortunados continentes.
Todo cuanto duele llega para crecer.

Revelación también del parecido y la miniatura.
Belleza de lo que pervertirá la mugre vida o
de piececito a ajado sostén.

Qué decirte; has nacido. Resta el calendario
En el brote se posó la eternidad.

Julieta Valero, Autoría. DVD Ediciones, 2010

martes, 17 de agosto de 2010

En la encrucijada del simbolismo

"La obra de T. S. Eliot y W. H. Auden señala un momento de transición en el desarrollo de la poesía moderna en lengua inglesa y, por extensión, de la cultura occidental. Un momento que cabría definir como el epílogo, por agotamiento, del legado simbolista y el preludio de otra edad, en la que aún estamos -al menos en poesía-, caracterizada por el desconcierto y la incertidumbre sobre el rumbo a seguir. Modernos o posmodernos, sabemos que la expresión poética de la Modernidad fue el simbolismo, que ser poeta moderno era y es rendir culto a los logros de esta herencia en todas sus variantes y desarrollos vanguardistas; sabemos también, aunque no siempre nos guste admitirlo, que esta herencia está agotada y es irrepetible, que su iteración nos condena al bizantinismo y la decadencia, pero aún no hemos terminado de encontrar -en eso andamos, precisamente- un sustituto digno o plausible, capaz de acoger la música del pasado y ensancharla".
Jordi Doce, La ciudad consciente. Ensayos sobre T. S. Eliot y W.H. Auden.
Vaso Roto Ediciones, 2010, pág. 11.

viernes, 13 de agosto de 2010

Nacimiento del poema

“Quiero empujar al poema, pero el poema opone el peso de su inexistencia. Es un peso poderoso, difícil de trasegar. Recurro a lo ajeno al poema: a mí, que lo urge a abandonar su condición de objeto nonato; o a su propio hacerse: al silencio que lo enloda, al troquel de su vacío. El poema no ha de contener nada, salvo su propio aliento”.

Eduardo Moga, Poema VII (fragmento), Bajo la piel, los días. Calambur, 2010.

martes, 10 de agosto de 2010

Decir oscuro (Ingeborg Bachmann)


Como Orfeo toco
en las cuerdas de la vida la muerte
y en la belleza de la tierra
y de tus ojos, que administran el cielo,
sólo se decir oscuro.

No olvides que también tú, de repente,
aquella mañana, cuando tu lecho aún
estaba húmedo de rocío y el clavel
dormía junto a tu corazón,
viste el oscuro río
que pasaba junto a ti.

Tensada la cuerda del silencio
en la ola de la sangre,
toco tu resonante corazón.
Tus rizos se convirtieron
en la oscura cabellera de la noche,
negros copos de sombra
recortaron tu rostro.

Y yo no te pertenezco.
Los dos ahora nos lamentamos.

Pero como Orfeo reconozco
en el lado de la muerte la vida,
y para mí azulea
tu ojo para siempre cerrado.




Ingeborg Bachmann, Die gestundete Zeit
(versión de J.L.G.T.)

jueves, 5 de agosto de 2010

Espera



"Cuadros que se llaman "La lección de música"
o "Mujer azul que lee una carta":
embarazada, en el octavo mes, dos corazones golpean dentro
/ / /de ella"


Tomas Tranströmer, "Vermeer"

martes, 3 de agosto de 2010

Infancia y cine


El azar ha ha hecho que haya visto, con muy pocos días de diferencia Toy Story 3 y El violín y la apisonadora, la primera película de Tarkovsky (no el primer largometraje, que, como se sabe, es La infancia de Iván). No soy tan posmoderno como para meter en el mismo saco obras tan dispares. Toy Story es un ejemplo admirable de cine comercial bien hecho, mientras que la obra enorme de Tarkovsky (enorme en calidad, no en número de películas, que es francamente exiguo) es un bocado no apto para todos los paladares, pero, al mismo tiempo, se trata, sin lugar a dudas, de una aportación tan personal como imprescindible a la historia del cine.

Sin embargo, si, de manera un tanto caprichosa, hoy traigo a colación estos títulos, ello se debe a que, desde perspectivas muy distintas, ambas películas nos proponen un retorno al territorio no siempre placentero de la niñez. Si el final de Toy Story nos presenta un emotivo rito de paso, el definitivo adiós a la infancia, El violín y la apisonadora relata la peculiar amistad entre un niño y un adulto, una historia en la no se nos hurta la crueldad del mundo infantil ni la frecuente incomprensión por parte de los adultos. Podría citar muchos otros ejemplos de cómo el cine ha sabido retratar la niñez (y muchos más casos en los que no ha sabido hacerlo), pero hoy quiero quedarme con esas dos miradas: la del joven que entrega su último juguete a una niña pequeña, la del niño que mira, con impotencia, a través de una ventana, mientras su madre, ajena a la pequeña traición que le ha obligado a cometer, le llama insistentemente desde el salón.