domingo, 21 de octubre de 2018

Sils-Maria (Gottfried Benn)




SILS-MARIA)

[][][][[]][][]I

En la tarde corrían las horas.
Él escuchaba en la luz del risco
su estrofa: “todas hieren,
la última mata…”

Lo ha leído hasta el final.
Pero quien las horas piensa
—su oleaje, su juego, su ser…—
es que ha encauzado las horas.

Uno que, al dar nombre, todo
en lo mejor lo convierte,
a quien las horas no encuentran,
tanto conoce las sombras
y bebe la luz de las Parcas.

[][][][[]][]II

No había nieve, solo luz
que brotó desde lo alto.
No había muerte, mas todo
se parecía a la muerte.
Todo tan blanco, ningún ruego
atravesó el ópalo.
Algo asombroso: lo sufrido
se cernía sobre el valle.


Gottfried Benn, Poemas estáticos (versión  de J.L.G.T.)

SILS-MARIA

I
In den Abend rannen die Stunden,
er lauschte im Abhangslicht
ihrer Strophe: „alle verbunden,
die letzte bricht...“

Das war zu Ende gelesen.
Doch wer die Stunden denkt:
ihre Welle, ihr Spiel, ihr Wesen,
der hat die Stunden gelenkt —:

Ein Alles-zum-Besten-Nenner
den trifft die Stunde nicht,
ein solcher Schattenkenner
der trinkt das Parzenlicht.

II
Es war kein Schnee, doch Leuchten
das hoch herab geschah,
es war kein Tod, doch deuchten
sich alle todesnah —:
es war so weiβ, kein Bitten
durchdrang mehr das Opal,
ein ungeheures: Gelitten

lunes, 8 de octubre de 2018

Zambraniana

Juan Gris

 “Escribir es defender la soledad en que se está”, afirma María Zambrano en un ensayo temprano, titulado precisamente “Por qué se escribe”. Pero habría que añadir tal vez que se escribe para defenderse de una soledad e instaurar otra. O más bien, para convertir una soledad sentida como ajena, que se nos impone, en una soledad querida, asumida como el lugar de la escritura y tal vez de la vida. Porque en la soledad, como dice Zambrano, se está, ya se está, pero la cuestión es saber permanecer en ella, no buscar sucedáneos, no huir. O en todo caso, crearse otra, la que emana de la propia escritura. Vivimos en tiempos alérgicos a la soledad. Y uno de sus síntomas es la aversión al silencio, el silencio que es, como afirmó Reiner Kunze, la tierra para el poema. Porque toda escritura implica un cierto mutismo, resulta cada vez más difícil de soportar. Estar hiperconectados, en perpetua disposición a dejarnos distraer por mil estímulos, no permite ese cortocircuito, ese movimiento hacia dentro que es, sin embargo, la condición de un verdadero afuera. 

 Escribir tiene que ver, para Zambrano, con el secreto. Leer no es compartir ese secreto, no es de ningún modo hacerlo público, sino de algún modo resguardarlo. El que lee, el que escribe está en el secreto, como "se está" en la soledad. Se trata de un secreto a voces, pero secreto al fin y al cabo, puesto que, en última instancia, no es comunicable “sino a quién conmigo va”. Como la carta robada en el célebre relato de Poe, el secreto resulta perfectamente visible y, por ello, pasa desapercibido. No basta con repetirlo, pues solo en la escritura tiene lugar. Acaso también en la lectura, si esta se hace asimismo soledad cómplice, nunca si se ejerce como desciframiento u oficio público. La soledad no admite narración ni explicación posible. Es experiencia. Tal vez la más desnuda. Ni siquiera se dice. Está ahí. Pura respiración. Ritmo y vacío. El riesgo del ahogo. Esa intemperie.