lunes, 25 de octubre de 2010

Políticas del poema

El gesto autoritario del autor ante su obra resulta las más veces inerme ante la pluralidad democrática de la lectura. A través del lector el poema redime su pecado original (que es tal vez el de todo lenguaje). La pretensión del escritor de controlar cada uno de los elementos que conforman la obra (que confirma la prevención de Benjamin ante la estetización de la política) se ve desbordada por la propia escritura. Imagen, como sabía Adorno, a la vez de la libertad y del dominio, la obra de arte es el único régimen que conspira contra sí mismo. Nos dicta sus normas y, acto seguido, nos conmina a desobedecerlas.

sábado, 16 de octubre de 2010

El enigma cuántico

Uno de los libros que más me han perturbado en los últimos tiempos ha sido El enigma cuántico, un volumen que, si no viniese firmado por dos físicos, uno hubiese arrumbado al rincón de la pseudociencia, o en todo caso, a la estantería más acogedora de la ciencia ficción. Los autores explican con extremada claridad la visión de lo real a la que nos aboca la mecánica cuántica, si bien dicha claridad no supone renunciar al misterio, sino en todo caso aprender a convivir con él. Y es que como dijo uno de los grandes físicos del siglo XX, Richard Feynman, "Nadie entiende la mecánica cuántica". Paradojas como la del gato de Schrödinger o la escandalosa sugerencia de que lo real es creado por un observador, que parece ir incluso más allá de las más aventuradas propuestas de Berkeley y de cierta filosofía oriental, resultan difíciles de asimilar, no ya por el método científico que bebe en los postulados clásicos de Galileo y Newton, sino por nuestra propia estructura mental. ¿Resulta ajeno a su investigación, como afirman los autores, que Schrödinger abrazara el Vedanta, que postula la unidad entre universo y conciencia? Quizá algún físico distraido que entre por azar en esta bitácora me regañe agriamente, por no haber comprendido nada, pero ¿el extraño universo que nos dibuja la física cuántica no tiene algo que ver con lo que Valente llamaba "el enigma de la inmaterialidad de la materia"?

sábado, 9 de octubre de 2010

Presencia de José Ángel Valente

De nuevo, Valente. Y esta vez en un libro, coordinado por Andrés Sánchez Robayna y editado por la Cátedra José Ángel Valente de la Universidad de Santiago de Compostela, que recoge las intervenciones de los que participamos en diciembre del 2009 en el homenaje al poeta en el Círculo de Lectores de Madrid junto con los textos de otros escritores y críticos que se han sumado a la invitación para comentar un poema del maestro. En el volumen, ilustrado por Carlos Schwartz, encontramos los textos de Marta Agudo, Iván Cabrero Cartaya, Begoña Capilonch, Jordi Doce, Manuel Fernández Casanova, Juan Andrés García Román, Francisco León, Antonio Méndez Rubio, Carlos Peinado Elliot, Esther Ramón, José Luis Rey, Alejandro Rodríguez-Refojo, Nicanor Vélez... Como señala Robayna en el prólogo, "Este puñado de textos viene a demostrar el interés de las nuevas promociones por una de las voces imprescindibles de la poesía contemporánea".

sábado, 2 de octubre de 2010

Autoría

Postular a estas alturas la muerte del autor como si de una novedad se tratara, como si no hubiesen existido Freud ni las vanguardias, Roland Barthes ni el estructuralismo, ¿no tiene algo de impostura, cuando no de ampulosidad retórica, de falsa modestia, de ejercicio camuflado de egocentrismo? El juego de ocultar el propio nombre, el coqueteo con el anonimato que se queda en puro coqueteo parece en ocasiones una torpe estrategia de strip tease, de quien simula ocultar aquello que queda, de este modo, en el centro de todas las miradas.
No es exactamente el mismo fenómeno, pero tengo la impresión de que aquellos autores que, como Salinger o Pynchon, han perseguido la invisibilidad, acaban atrayendo sobre sus biografías, reales o imaginadas, una atención mayor que la de esos otros escritores que, sin tantos aspavientos, se han limitado a intentar que su mayor o menor visibilidad pública no perturbase demasiado ni eso que con cierta ingenuidad llamamos nuestro espacio privado ni las exigencias del oficio.
A menudo la mejor estrategia es la de la carta robada de Poe: firmar un texto que, en el fondo, nos desmiente, dejar a la vista un nombre que el texto vuelve casi invisible, exponer a la intemperie la frágil declaración de autoría que el resto de las palabras cercan hasta corroer la distancia que separa unos signos de otros. Al final, sólo quedan unas ruinas que, entre árboles y rocas, apenas ya pueden distinguirse del resto del paisaje.