viernes, 28 de septiembre de 2012

Poesía según Burnside...y Zagajewski

 
... el poema lírico tiene mucho que ver con salir del tiempo medido en el que normalmente vivimos, el tiempo lineal del reloj.
 
JOHN BURNSIDE
 
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La poesía es misticismo para principiantes. Si avanzamos dentro del misticismo, entonces dejamos de ser poetas porque ya no hay necesidad de serlo. El poeta es un místico imperfecto porque lo que le caracteríza es la locuacidad.
 
ADAM ZAGAJEWSKI
 
 
De una conversación entre Burnside y Zagajewski incluida en John Burside, Conjeturas y esperanza (Antología 1988-2008). Traducción y selección de Jordi Doce. Pre-Textos, 2012

domingo, 23 de septiembre de 2012

Raymond Roussel: el narrador y la muerte




  Locus Solus no es solo una novela (¿novela?) tan original como extravagante y divertida, sino que, en sus juegos de repeticiones, a modo de laberinto de espejos o de muñecas rusas, parece esconderse una mirada extraordinariamente lúcida sobre el acto de narrar y sobre esa extraña mezcla de mago y charlatán (pero de charlatán de categoría, consciente de su oficio de encantador de serpientes) que tal vez sea todo narrador de mérito.
  Como si fuera un nuevo Julio Verne (uno de sus maestros confesos) pero infinitamente más perverso y más conscientemente enloquecido que el célebre autor de La vuelta al mundo en ochenta días, Roussel despliega ante sus lectores su juego de ilusionista a la manera de cómo su personaje, el excéntrico profesor Canterel, enseña a sus visitantes su fantástico jardín. Y en ese encadenamiento de historias y explicaciones (donde las aclaraciones, a diferencia de la literatura fantástica y de ficción científica convencional, resultan todavía más asombrosas y delirantes que aquello que pretenden explicar), Roussel logra captar uno de los mecanismos fundamentales de toda narración. Ese ir y venir de la narración de una historia a otra parece evocar el deseo de que el relato nunca se interrumpa, esa detención del tiempo (que supone, en el fondo, saltar a otra temporalidad) de la que ya sabía Sherezade y que encontramos, de manera paródica, en el Jacques el Fatalista de Diderot o en el Tristam Shandy de Sterne. El narrador es, en efecto, un encantador de serpientes y la primera sierpe a la que debe encandilar es a la muerte (no es casual el hecho de que uno de los experimentos del profesor Canterel tenga que ver precisamente con la resurrección de los muertos, condenados, sin embargo, aquí a repetir una y otra vez un solo momento de su vida, y, en la mayor parte de los casos, no precisamente el más feliz).
  Tal vez la inclusión de otras historias en la primera entrega del Quijote no sea una rémora de la que Cervantes se liberará en su mucho más eficaz, desde el punto de vista moderno, segunda parte. Quizá el autor español supo que el secreto para que su caballero no llegara a morir era el interminable juego de la narración, al que ni siquiera la vieja Parca parece poder resistirse.