sábado, 29 de noviembre de 2014

Ingenieros de papel


Oigo en la radio una entrevista sobre los libros desplegables (me resisto a utilizar, aun a sabiendas de que es un empeño inútil, el anglicismo pop-up). Me entero así de que aquellos que diseñan las figuras y los movimientos de las páginas que fascinan a los niños (y no solo a los niños) se denominan ingenieros de papel. Quizá porque uno no ha abandonado todavía la Galaxia Gutenberg, me parece que la curiosa expresión podría aplicarse también a los escritores. El autor es, en cierta forma, ese ingeniero de papel que somete a un cuidadoso examen el frágil material de las palabras para calcular su trayectoria, su peso, su peligrosa inercia. Con la diferencia de que el escritor nunca sabe exactamente qué dirección concreta tomarán esos signos, qué velocidad las conducirá muy cerca o demasiado lejos de su objetivo. Escribir no es nunca dar en el blanco. El centro de la diana es un objetivo demasiado fácil, demasiado seductor. En la escritura domina una especie de principio de incertidumbre, que se traduce asimismo en una vocación de consciente desequilibrio. Por supuesto, los signos en la obra descansan en una estructura, trazan una arquitectura posible, pero a condición de que todo el edificio sea tan frágil como un castillo de naipes. Sobre esa fragilidad descansa la misma posibilidad de la obra, su paradójica fuerza.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Otro año del mundo (y 2)



La dudosa luz de la manana (Fragmentos de un diálogo con Otro año del mundo de Pilar Martín Gila)

“Siempre mañana y nunca mañanamos” (Lope de Vega)

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Noche y día articulan el libro que hoy tenemos entre manos. La primera parte (titulada “Der Erlkönig” en referencia al célebre poema de Goethe con el que Martín Gila establece un perturbador diálogo) nos ofrece una mirada nocturna. La segunda parte, “Tránsito”, aparece, por el contrario, bajo la luz solar de la mañana. Sin embargo, esta oposición no resulta tan simple y da pie a un simbolismo enormemente rico y ciertamente complejo. Ni el día es tan luminoso como parece, pues alberga su propia sombra, ni la noche constituye una mera oposición al día.
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En el poema de Goethe el galope del caballo parece alejar al niño de la presencia que le amenaza. Ese es al menos el propósito del padre. Sin embargo, cabe recordar que, desde antiguo, el caballo, presente en numerosos ritos funerarios, ha sido asociado a lo subterráneo, a la oscuridad (por lo tanto, la noche y el caballo en cierto modo forman parte de la misma constelación simbólica), pero también a la muerte. Nos podemos preguntar así si el galopar del caballo aleja al niño de la amenaza mortal o, más bien, lo acerca a esta.
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viernes, 14 de noviembre de 2014