domingo, 6 de diciembre de 2009

Juan Ramón Jiménez en la Abadía


El jueves tuve la oportunidad de asistir en el Teatro de la Abadía al espectáculo basado en el Diario de un poeta reciencasado que ofrece el actor y director de escena José Luis Gómez: un espectáculo austero, de una sobriedad sin concesiones, que recuerda en buena medida al ejercicio ascético que el propio Juan Ramón se impuso en su búsqueda de una poesía desnuda. Con una puesta de escena mínima José Luis Gómez logra ese precario equilibrio entre la poesía y la teatralidad, en el que tantos actores fracasan, incapaces de escuchar la tonalidad peculiar de la voz lírica, lo que suele abocar a un híbrido monstruoso entre el relativo anonimato del yo poético y la construcción insuficiente de un personaje. No es el caso de José Luis Gómez, quien se atreve a ponerse en la piel del escritor y, en no pocos momentos de su actuación, logra que ese paréntesis de la acción que parece abrir la escritura poética se convierta en acción dramática, en una paradójica forma de acción y de inacción a un tiempo.
El montaje es una excusa perfecta para volver al Diario, uno de los textos clave en la lírica del siglo XX. La forma fragmentaria del diario, en tensión con la Obra en marcha, con el Libro con mayúsculas, nos sitúa ante una escritura radicalmente contemporánea. La aparente oposición entre el diario y la Obra va acompañada de un juego constante de tensiones y acercamientos: entre la prosa y el verso, entre el fragmento y la totalidad, entre lo contingente de la vida cotidiana y la permanencia del mar y el cielo, entre la plenitud de una escritura simbólica y simbolista y las líneas de fuga que ofrece el retrato de la vida moderna, entre la despersonalización y el máximo protagonismo del yo... Poesía pura y radicalmente impura, el Diario parece rastrear todos los caminos posibles de la contemporaneidad lírica. Nos sigue sirviendo de cuaderno de bitácora en estos inicios del siglo XXI en el que la rapidez de las autopistas de la información ha vuelto borrosas las indicaciones y confusos los senderos. Esos senderos de la escritura en los que siempre se marcha con cierta lentitud, con el paso tranquilo del caminante o con la monotonía, para Juan Ramón tan fecunda, de uno de aquellos ya antiguos viajes trasatlánticos.

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