martes, 22 de diciembre de 2009

Elipsis

En el capitalismo tardío, sigue siendo verdad aquello que dijera, si no me equivoco, Benjamin Franklin, "Time is money". La obsesión por el tiempo, por no perder el tiempo, por lo que sucede "en tiempo real" se revela como una de las obsesiones de nuestra época.
Lo que se suele llamar tiempo real se me antoja, sin embargo, el tiempo irreal por antonomasia. No hay realidad sin proceso, sin devenir, sin ese instante inasible del todavía-no. El tiempo real del capitalismo tardío parece evocar el tiempo sin tiempo de la eternidad, el tiempo plegado sobre sí mismo en una sincronía imposible.
El viernes tuve ocasión de ver en el Español el estupendo montaje de Glengarry Glen Ross de Mamet, una obra que retrata de manera despiadada la guerra de todos contra todos que parece consustancial al capitalismo a pesar de que la ideología dominante trata de conjurar su fantasma una y otra vez. Uno de los aspectos más interesantes del montaje es cómo el director, Daniel Veronese, así como los actores juegan con el tempo dramático de la obra, ritmo interno que a veces se enlentece y otras se desboca pero que parece enlazar siempre con esa tiranía del reloj, de la ganancia a plazo fijo, que encuentra aquí un reflejo simbólico en el sadismo de un juego ideado por los directivos de la empresa.
Al salir del teatro, me asaltó un pensamiento descabellado y un tanto paranoico: pensé de pronto que el tiempo interno del capitalismo es el de la elipsis constante, como si un malévolo director nos hiciera creer que presenciamos un largo plano-secuencia, hecho en realidad de pequeños planos, cuyo vertiginoso cambio es incapaz de retener el ojo del espectador. ¿Qué nos hurta la elipsis? ¿Son posibles, y aun necesarias, una ética y una estética del intervalo, de la pausa, de la espera y del deseo aún no satisfecho contra la irrealidad del tiempo real?

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