viernes, 3 de julio de 2009
Dioses, poesía y ortodoxia
Hace unos días el diario ABC publicaba un poema inédito de Juan Ramón Jiménez perteneciente al ciclo de Dios deseado y deseante, al que acompañaban algunos artículos sobre la religiosidad juanramoniana, como éste que ocupaba la "Tercera" de ABC:
Si bien los artículos incluidos hacían gala de una prudencia encomiable a la hora de tratar tan espinosa cuestión, uno no puede evitar la sospecha, tal vez infundada, de si no existe el peligro de intentar, consciente o inconscientemente, ir devolviendo a nuestros heterodoxos españoles a la estrecha senda de la ortodoxia.
Sea como sea, por más que el propio Juan Ramón en el poema inédito se pregunte si ese dios deseado no será como el Dios con mayúscula de su infancia, resulta muy difícil hacer una lectura cristiana, y mucho menos católica, de su experiencia de lo sagrado, que se funda en la expectativa de una divinidad inmanente, no trascendente. Esa inmanencia de lo divino resulta difícil de aceptar por la ortodoxia pero no deja de formar parte de la tradición europea: es la pregunta que se deja oír en Spinoza, en Hölderlin, en Pessoa, en Valente... Es más, entre los acercamientos contemporáneos a la cuestión de lo sagrado, resultan por lo general más convincentes (desde el punto de vista estético) las aproximaciones que prescinden de dogmas. Parece como si el arte de los últimos siglos pareciera detectar en el dogma algo paralizante (ni siquiera un texto aparentemente tan dogmático como Europa o la cristiandad de Novalis deja de ser una aproximación muy personal, en el fondo muy poco ortodoxa). Quizá porque, como sabía Valente, la ortodoxia no deja de ser un concepto histórico e, incluso dentro de una misma comunidad religiosa, vemos cómo los conceptos de ortodoxia y heterodoxia resultan más flexibles de lo que las autoridades eclesiásticas están dispuestas a aceptar y es que la cuestión de la ortodoxia tiene que ver más con el poder que con la verdad (no deja de resultar significativo que uno de los pocos autores que ha destacado, en la por lo general escasísima calidad del cine religioso, ha sido Dreyer, en el que la pregunta por el misterio lleva implícito un rechazo ante cualquier forma de intolerancia religiosa). El dogma pretende codificar la experiencia espiritual, es decir, anularla como tal experiencia. La poesía sospecha que el espíritu se desvanece en cuanto deja de ser una experiencia, una aventura hacia lo imprevisible.
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4 comentarios:
Muy adecuada la mención de Dreyer (supongo que pensando sobre todo en «La Palabra», pero también en «Gertrud» y otras). Para subrayar la evidencia de los límites difusos de la oposición orto/hetero(doxia), y sus carácter histórico, basta pensar en el hecho de que el propio Xtnmo surgió como una herejía dentro de la tradición judaica, aunque la «nueva alianza» reescribiera después sus orígenes hasta considerarse radicalmente otra. El dogma (incluso en cine) no sólo tiene una tendencia inevitable a lo fósil sino que es, en esencia, el triunfo del miedo y la oscuridad. Y claro que hay un intento de reescritura constante de los impulsos espirituales de muchos creadores procurando subrayar en ellos su carácter "no materialista", como si eso fuera síntoma de una misma (e inalterable) religiosidad. En el caso de JRJ, basta leer los inicios de «Espacio» para advertir las diferencias.
Gracias, Alfredo, por tu comentario. En efecto, la tentación de reescritura está siempre presente, quizá porque las ortodoxias religiosas se sienten más cómodas en el fondo con quienes no muestran ninguna inquietud espiritual o religiosa, a quienes pueden etiquetar fácilmente, que con quienes plantean otras visiones de lo sagrado... en el caso español, parece que hay una asociación casi automática que convierte en sinónimos religión, cristianismo y catolicismo... pero la escritura Juan Ramón, heredero del krausismo, sólo de manera muy forzada puede vincularse a ningún tipo de ortodoxia.
Pensaba, en efecto, en Ordet de Dreyer, pero también en otras películas como La pasión de Juana de Arco y Dies irae. Por cierto, es una pena que Dreyer no llegara a rodar nunca su Jesús de Nazaret.
Me encanta esta entrada.
Gracias, Ana, por tu interés por la entrada. Me alegra saberte por aquí...
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