viernes, 30 de septiembre de 2011

Antonio López: el realismo como abstracción


En un célebre texto Kandinsky predice, para el arte del futuro, dos movimientos solo en apariencia contradictorios, el máximo realismo y la máxima abstracción. No puedo evitar recordar este aserto de uno de los padres de lo que se ha llamado arte abstracto al ver los cuadros de Antonio López, expuestos en el museo Thyssen. Me viene también a la memoria la afirmación, solo en apariencia chocante, del poeta Diego Jesús Jiménez, a quien escuché decir en una ocasión que los dos mejores pintores españoles vivos eran figuras tan antagónicas (al menos aparentemente) como Antonio López y Antoni Tàpies.
Sospecho que el éxito del primero entre el gran público reside en buena medida en un malentendido. Los que siguen fascinados por la magia de la reproducción, por el truco de prestidigitador de una mirada supuestamente fotográfica, se dejan seducir por la ilusión de una realidad estable, fija, que pareciera de una vez por todas ya interpretada. Difícilmente percibirán entonces lo que de perturbador hay en los cuadros y esculturas del artista manchego, que, al menos en sus mejores momentos, combina una mirada clásica con el desasosiego barroco ante el paso del tiempo. Como se aprecia en el diálogo que Erice establece con la obra pictórica de Antonio López en la magistral El sol del membrillo, toda obra se revela como un combate con la muerte, un combate en el que que el artista se sabe de antemano perdedor. Sé que se trata de una analogía forzada, pero no me resisto a traer a colación la obra de Gamoneda, en la cual los referentes digamos realistas y unos símbolos que tienden a la autorreferencialidad tienden a confundirse en beneficio de la autonomía de la obra. Sobre el telón de fondo de la muerte, toda realidad se vuelve simbólica, toda figura deviene abstracta. ¿Quién se para a distinguir entonces la mirada del sueño?

1 comentario:

Juan Manuel Macías dijo...

Una entrada magnífica, José Luis. Gracias.