domingo, 21 de noviembre de 2010

La crueldad del profesor de Lengua

Una anécdota que quizá no sorprenderá a los compañeros de profesión: una alumna me increpa, indignada, porque, en la asignatura de Lengua y Literatura, me empeño en que los alumnos se expresen correctamente en los exámenes (y no solo en estos), una crueldad intolerable que me hace merecedor (supongo) de todo tipo de maldiciones y castigos.
Quizá no resulte tan sorprendente que una adolescente considere que es un lujo, y no una necesidad, el hecho de adquirir un dominio adecuado de su propia lengua. Lo realmente preocupante es que muchos adultos comparten ese desprecio. Una sociedad que cada vez lee y escribe peor, es una sociedad que piensa peor, probablemente una sociedad cada vez menos democrática. Y no poca culpa de ello la tiene esa ideología difusa de la comunicación plena, que bajo la apariencia de una transparencia total oculta las distorsiones y el juego de poder inherentes al intercambio lingüístico. Mientras tanto, nos empeñamos en que los alumnos aprendan lo que es el complemento predicativo o las propiedades pragmáticas del texto, como si la adquisición de dichos conocimientos gramaticales garantizase por sí sola un correcto dominio del lenguaje. O a lo mejor es que realmente nos interesa muy poco formar ciudadanos que sean a la vez lectores (¿y es posible hoy, en una sociedad que se llama a sí misma sociedad de la información, ser ciudadano pleno sin ser lector?).

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