«En verdad, amigos / A aquel al que no le
quema el suelo hasta el punto de que preferiría / Cambiarse por otro cualquiera
a quedarse / No tengo nada que decirle», escribe Brecht en su «Parábola de Buda
de la casa en llamas». ¿Es posible volver a Brecht sin sentir que nos quema el
suelo, que la casa está en llamas? Su escritura, al menos la más explícitamente
política, es inseparable, como afirma en el mismo poema, de un «arte de la impaciencia
», de una urgencia por transformar lo que tantos consideran inevitable. Si el
propio Brecht nos enseñó a leer históricamente, a estar atentos a los signos de
los tiempos (somos, querámoslo o no, esos que «habrán de nacer» a los que se
refiere en uno de sus poemas más célebres), no cabe esquivar la pregunta sobre
la pertinencia de Brecht en el siglo XXI. ¿Qué hacer con el poeta de la revolución
tras la caída del Muro? ¿Nos quedamos con el Brecht más lírico y desechamos lo
demás? ¿No hay otros muros que no solo no han caído, sino que no dejan de
levantarse cada vez más altos? Muros de alambre, de cemento, incluso de agua,
puesto que un mar puede ser también una muralla para quienes ven en la otra
orilla un paraíso y están dispuestos a arriesgar su vida para llegar allí.
¿Sigue siendo el pasaporte la parte más noble de un ser humano, como el propio
autor afirma en sus Diálogos de fugitivos? […]
Preguntarse por el papel de la poesía en
nuestros días es quizá una cuestión política más allá del sentido planteado por
Brecht: ya un sagaz Humpty Dumpty le reveló a Alicia que, en lo que atañe al
significado, la cuestión es saber quién manda. Y más en un capitalismo, el
actual, donde lo simbólico está muy lejos de cumplir un papel secundario. Si
nos ceñimos, sin embargo, al sentido más habitual de la política, sería tan
absurdo negar esta dimensión en Brecht como convertirla en la única clave para
entender su obra.
(Fragmento del prólogo a mi edición de Bertolt Brecht, No pudimos ser amables. Antología poética (1916-1956). Galaxia Gutenberg, 2023)
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