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A. Kiefer, Las célebres órdenes de la noche |
“Solo sé decir lo oscuro” (Ingeborg Bachmann)
Cuando alguien, cada
cierto tiempo, vuelve a sacar a la palestra la consabida crítica contra la
poesía que no se entiende (¿a quién cobija ese “se”? ¿y qué significa “entender”?),
me acuerdo de algo que me ocurrió hace años cuando viajaba a Cáceres (invitado
por Mario Martín Gijón y Rosa Benéitez) para participar en un congreso sobre
Celan, objeto habitual de las diatribas contra el hermetismo y la oscuridad poética).
Como el trayecto en tren era largo, me puse a revisar el texto de mi
intervención, mientras a mi lado un cura (lo sé porque llevaba alzacuello) hacía
lo propio con un texto en cuyo título no pude evitar fijarme. Si no
recuerdo mal, la conferencia o artículo que preparaba aquel sacerdote versaba sobre la “Teología del matrimonio”, tema que (al menos para mis pobres entendederas) resulta tanto o más impenetrable que el más enigmático poema de un Celan o de un Mallarmé.
Quiere esto decir que oscuridades hay muchas y formas de comprender, también. Quien
tenga oídos para entender, que entienda.
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